Esa tarde cambiamos las sandalias por las zapatillas y el Toyota rugió feliz por carreteras secundarias. Jugamos a elegir el camino a seguir.
El peregrino brasileño explicó que no quiso cargar a su hijo con el peso de llamarse Demosthenes, como hizo su padre con él y lo bautizó como Joan.
En un mismo día caí de culo dentro de una media bañera y tuve que pedir ayuda porque quedé encajada, cerré la puerta del armario con el pulgar izquierdo dentro y tropecé con una de las piedras de pizarra y ahora la uña de uno de los dedos del pie luce pintada de negro.
Una mañana un alemán aparcó la bici bajo mi sombra y mientras hacía el checkin le confesó a la hospitalera que no le gustaban los peregrinos. Volvía a casa tras dar una vuelta por el país.
Hace un par de semanas que el aroma de la tranquilidad reboza los días. Los peregrinos llegan y marchan temprano sin desayunar, así que nuestro lunch volvió a su cauce, las sábanas dejan su marca en la piel y respiro hondo en la mat.
La americana quiso intercambiar el día con la hospitalera, quedarse en casa, cocinar, limpiar, echar la siesta.
Se convirtió en tradición meter los pies en el mar mediterráneo a las doce de la noche mientras atrás quedaban las litronas, los cigarritos y alguna persona durmiendo la mona.
Desde Argentina llegó buscando sus ancestros con una partida de nacimiento y dos apellidos. Habló con las vecinas a la búsqueda de pistas y con los hospitaleros sobre los hermosos lugares de su país.
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