La americana quiso intercambiar el día con la hospitalera, quedarse en casa, cocinar, limpiar, echar la siesta.
El hawaiano de nombre Apana le pellizcó el brazo para volver al camino y juntos emprendieron la marcha hacia la Cruz de Ferro. De la habitación de tres la hospitalera recogió seis latas de refresco, cuatro bolsas de patatas y tres de galletas. No reconoció a la australiana cuando llegó a la cocina tras sacudirse el polvo del camino.
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Mientras los hospitaleros almorzaban en la calle, una pareja de bicigrinos pararon en medio la calle y escuché decir, Vos sos Maribel? La hospitalera se levantó y ambas mujeres se abrazaron. Después brindaron con gazpacho fresco y compartieron la historia que las unía. La pareja llegó desde Buenos Aires enviados por una amiga en común que conocieron hace años en India. Al instante brotó una inmensa alegría que impregnó al camino de un brillo inusual.
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La peregrina alemana llegó para celebrar lo vegano y relajarse en el jardín interior. Almorzó el menú completo junto a la americana que hablaba un perfecto español y después de la siesta marcharon a la sesión de las seis de la tarde. Me contó la hospitalera que fue una sesión muy especial ya que se reveló la energía pesada e intensa que reside en cierto lugar de la casa. De la peregrina americana recibió indicaciones para aligerar la carga y al día siguiente cambió de lugar para practicar los dropbacks.
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Un reciente programa se ha hecho eco del camino y ha proyectado sus ideas sobre los turigrinos, los que viajan sin mochila y a veces cambian los pasos por neumáticos. Como si existiera un manual del perfecto peregrino arremeten contra aquel que no cumpla lo escrito en ese invisible documento. Quizás el concepto de peregrino vaya más allá del equipaje y resida su esencia en el centro del pecho, allí donde radica la verdadera naturaleza. Podrán las cámaras captar esa condición para etiquetarlos como peregrinos?