Lo que iba a ser un parto programado terminó siendo una boda inesperada. El alumbramiento se desplazó y la ceremonia del amor alcanzó la cúspide con avidez.
En los orígenes me reconocen como la hija del pintor, de Amador el pintor. En casa se pintaba todos los años, algunos hasta en dos ocasiones.
Nunca he parido una criatura. Desconozco lo que se siente al hacerlo. Tampoco he visto crecer el vientre durante los nueves meses de gestación para dejar espacio al nuevo ser.
En nuestro primer viaje juntas celebramos sus treinta años de vida sobre cuatro ruedas. La recogimos en Valencia y bajamos al mar de olivos para hacerle una puesta a punto que la sanó por dentro y por fuera.
Un ligero pinzamiento avisa de marejada en la zona lumbar. Los pensamientos se agolpan en la parte baja de la espalda y triplican el peso de su contenido. Endurecen los músculos que encuentran y la rigidez dificulta los movimientos.
A los pocos meses de conocernos nos sentamos en el salón del pueblo blanco junto a una docena de cartulinas de colores, un manojo de rotuladores y un par de tijeras con la intención de dibujar nuestros sueños.
Las inauguré cambiando el mar de olivos por el mar mediterráneo. Posteriormente, peregriné desde la costa de sol hasta el Atlántico donde recalé en uno de sus pueblos blancos.
Hace una semana que establecí un compromiso conmigo y con un grupo de mujeres. Buscar un hueco en los ajetreados días de nuestras vidas para parar y descansar en el espacio de yoga nidra.
© 2025 The Jumping Forest