En el altar de The stone Boat encontré una baraja de cartas que conforman un oráculo al que poder recurrir en tiempos de necesidad.
Hace unas semanas que encendimos la chimenea en Ca La Feliza. Los muros de piedra de la casa retienen aún el frescor veraniego y al caer el sol lo repelemos prendiendo la madera de olivo en el living roof.
Me sacaron del letargo unos golpecitos metálicos contra el suelo que escuchaba en la lejanía. Entreabrí ligeramente un ojo y comprobé que aún era de noche.
Como le gusta alterar los planes ajenos a modo de travesura, no le compartimos la ruta. Los primeros días le hicimos creer que la vecina Francia sería el destino y al no ser de su agrado la primera noche de lluvia tuvimos goteras.
No salir a la hora prevista le generó cierto ruido mental que consiguió aplacar con las conversaciones ajenas en el bus de camino al inicio de la ruta. Eligió la ruta circular a sabiendas del gran desafío de la senda de los cazadores.
Las pocas calles empedradas de Fanlo confluían en la iglesia cuyo campanario marcaba las horas rompiendo el silencio del lugar.
Se despertaron las prisas por cerrar la puerta del verano. En ca la feliza llegan gritos de la planta baja suplicando más paseos. Las chanclas australianas no entienden porqué ha de finalizar nuestra relación.
Agarró con fuerza la moneda de cinco duros dentro del bolsillo de su raído pantalón y contemplando los zapatos que cosió bajo la luz del candil pensó en sus hermanos que quedaban atrás. Volveremos a estar juntos, susurró antes de quedarse dormido entre sacos de carbón.
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