En una misma tarde recibí dos cálidos, inesperados y profundos abrazos, el primero en un supermercado bajo la incrédula mirada de la cajera; el segundo, cinco minutos después en una carretera de gran afluencia de tráfico bajo el estruendo de los cláxones indios.
Hace cuatro años que las microstories acuñaron formato en India. Empezaron con el baño de una madre y una hija en las playas de Goa seguida por la niña de pelo corto y sonrisa infinita que amenizó nuestro primer viaje en tren.
Once días de rutina controvertida. Ocho prácticas completas. Una repentina menstruación. Sesenta pares de chanclas en los escaleras de acceso a la sala.
Hace trescientos sesenta y cinco días que nos montamos en un tren madrugador dirección al aeropuerto de Madrid con solo billete de ida y un evidente exceso de equipaje.
Hace cuatro años llegamos a Goa un veintinueve de diciembre para celebrar el veinte veinte.
Una barca pilotada por un capitán de diecisiete años y un grumete de cinco nos llevó al encuentro con las mantas rayas oceánicas.
Treinta y seis horas, tres aviones, un grab, un ferry de dos horas, un par de motos y una barca de una hora con nube negra incluida.
Una tormenta tropical se instaló sobre la isla de Savaii y la última noche dormimos bajo un manto de truenos y relámpagos que se filtraban en el fale alumbrando nuestros sueños.
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