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Se hizo norma apagar el despertador antes que los pájaros arranquen a trinar. Al salir de la ducha las claras del día me dan la bienvenida entre los campos de arroz.
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Ironman nos dio la bienvenida en el aeropuerto de Singapur y abrió la puerta de entrada a la cascada de cuarenta metros que conecta cielo y tierra. Recogimos la invitación al movimiento slow y caminamos hipnotizados por el bosque que rodea la cascada entre árboles, flores y arbustos.
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El norte de Vietnam aplacó el aliento del dragón con los trekking por los arrozales y el loop en moto por las montañas.
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Dos horas antes del cierre cruzamos el torno que daba acceso a una de las mejores vistas de todo el país. Atravesamos un corredor repleto de cientos de coloridos farolillos y antes de iniciar la subida de los cuatrocientos ochenta y seis escalones alcanzamos a ver la cima del mirador custodiada por un enorme dragón enclavado entre las rocas.
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Google nos chivó que a trescientos metros un restaurante vegano de cinco estrellas nos esperaba. Atravesamos un pasillo de medio metro de ancho sorteando a vietnamitas que lavaban los cacharros en el suelo y al final una señal nos guió hacia unas ruinosas escaleras que subimos hasta el primer piso.
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Mama Vu Vi nos esperaba antes de la hora citada. Nos abrazamos como dos viejas amigas en mitad de la plaza del pueblo. Su risa esplendorosa aderezó todas las conversaciones.
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Durante los veintisiete días en Laos hemos vivido en el aliento de un dragón, transpirado salvajemente y apagado el fuego interno a golpe de su big beer Lao.
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En la celebración del nuevo año budista el agua es la gran protagonista. Durante tres dias se suceden infinitas batallas semi-navales con este líquido elemento.
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