Tras un arduo debate con la mat opté por dejarla enrollada y calzarme las zapatillas que claman cada día pisar la tierra de flechas amarillas.
Aún se sienten rígidas pero les conté el movimiento que está por llegar y se relamieron los cordones. Al pasar por la cruz de hierro y sabedoras de lo que acontece en este lugar depositaron una piedra que quedó prendida en alguna de sus hendiduras. Gracias, ya no te necesito, dijo la derecha antes de dejarla caer.
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Los árboles vestidos de otoño con la mezcla de hojas verdes, rojas, marrones, inspiraron nuevos pensamientos que fluían, a veces atropelladamente, rompiendo el silencio del bosque. Los rayos de sol calentaron la sonrisa y el brillo de los ojos se avivó al ver las nubes abrazando a las montañas. La belleza de lo quemado meses atrás paralizó los pasos y las palabras se acallaron. Solo el latido del corazón se escuchaba.
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Una mañana recibí las bendiciones de uno de los monjes del monasterio vecino. Que la dicha acompañe tu día, me ofreció junto a una gran sonrisa mientras el gato de la aldea era testigo del acontecimiento. La agregué a mi cesta de bendiciones, junto a la que recibí hace un par de semanas del angel del camino, Hold the light, ahora más que nunca. Recordé que el delfín fue la carta que recogí en mi última tirada del oráculo animal. Una bendición profunda viene en camino, estaba escrito en ella.
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Una noche soñé que escribía. Nada especial. Solo encadenaba palabras y descargaba toneladas de pensamientos afanados en rellenar los espacios vacíos. Descubrí que escribir es escucharme y que tengo déficit de ambas. Uno de tantos anhelos. La maga de casa raíz tras la pantalla de la tablet, con el pequeño ginger agazapado en su hombro dijo, goza de la apertura, con presencia y suavidad. Así llegó otra bendición para alumbrar el camino que el fuego dejó al descubierto.
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Los árboles vestidos de otoño con la mezcla de hojas verdes, rojas, marrones, inspiraron nuevos pensamientos que fluían, a veces atropelladamente, rompiendo el silencio del bosque. Los rayos de sol calentaron la sonrisa y el brillo de los ojos se avivó al ver las nubes abrazando a las montañas. La belleza de lo quemado meses atrás paralizó los pasos y las palabras se acallaron. Solo el latido del corazón se escuchaba.
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Una mañana recibí las bendiciones de uno de los monjes del monasterio vecino. Que la dicha acompañe tu día, me ofreció junto a una gran sonrisa mientras el gato de la aldea era testigo del acontecimiento. La agregué a mi cesta de bendiciones, junto a la que recibí hace un par de semanas del angel del camino, Hold the light, ahora más que nunca. Recordé que el delfín fue la carta que recogí en mi última tirada del oráculo animal. Una bendición profunda viene en camino, estaba escrito en ella.
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Una noche soñé que escribía. Nada especial. Solo encadenaba palabras y descargaba toneladas de pensamientos afanados en rellenar los espacios vacíos. Descubrí que escribir es escucharme y que tengo déficit de ambas. Uno de tantos anhelos. La maga de casa raíz tras la pantalla de la tablet, con el pequeño ginger agazapado en su hombro dijo, goza de la apertura, con presencia y suavidad. Así llegó otra bendición para alumbrar el camino que el fuego dejó al descubierto.