Un tumulto circular desvía mis pasos del camino. Hombres sentados en postura fácil a la sombra de las columnas, mujeres con saris de alegres colores preparan bandejas con alimentos, ropa y joyas, niños y niñas de cabeza rapada juegan entre ellos ajenos a los preparativos. Mis pies atrapados por el frescor de la tierra se anclan al momento presente.
Comenzamos la excursión en un tuctuc para 5 cruzando Alappuzha entre cláxones intermitentes a la velocidad del rayo. El cuerpo se encoge cada vez que nos cruzamos con otro vehículo.
El rey sol azotaba cada centímetro de la piel al descubierto con una carga explosiva de vitamina B. Las flip-flop se hundían en la arena ardiente y cada paso requería un esfuerzo extra de valentía. Casi se funde la motivación para seguir caminando.
Arranco el motor y acelero. Al principio, cuando me estoy haciendo con el control de la motocicleta recién alquilada, parece que nos desplazamos inseguros respecto al suelo con pinta dura y dolorosa
A medianoche nos montamos en el tren para nuestro trayecto de 17.50 horas. Apenas podíamos movernos con las mochilas por el pasillo de cortinas y a oscuras era difícil encontrar la litera trece y catorce. Un alma caritativa atendió nuestra súplica y nos guió.
4 días y 750 gramos de experiencias acumuladas. Menos sunset y más sunrise. El cordón enrollado a la muñeca ha dejado de apretarme. Pienso en el poder transformador del fuego. El cuerpo comienza a despertar del letargo. Deposito las quejas en las cenizas y me cubro de agradecimiento al caer la noche.
Donde tú ves este vaso de agua clara con su refrescante rocío patinando vidrio abajo, yo percibo una sopa fría de bacterias, un vivero ártico de psicópatas protozoos, una orgía de virus replicantes en su gélido spa.
Un grupo de hombres sentados sobre la playa con sus cuerpos distendidos excepto por las retinas de carbón activado conversan sin mirarse.
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