El insomnio sorprende de madrugada y aprovecho para jugar con el torrente de pensamientos despiertos como si fueran las piezas de un puzzle a construir. El silencio de la noche es roto por el viento que se cuela por el ventanuco de encima de la puerta. Otro día más de levantera.
Quiso una abeja colarse entre las cuentas del japa mala para encontrar su muerte mientras yo colocaba un par de calabacines en la bolsa de la compra. Durante un breve instante quedó prendida de un finísimo hilo que la unía al aguijón que enterró dentro de la piel de mi muñeca izquierda. Y allí colgada sin vida se dejó zarandear por los movimientos inconscientes de mi brazo mientras el veneno se iba esparciendo por todo el cuerpo.
Manué nos recibe con la misma alegría como si nos hubiera visto ayer y un residente de la zona se empeña en invitar la ronda a modo de bienvenida. Nos encontramos con dos espacios al frente para saborear la primera puesta de sol. Es temporada de volver.
/>Una ventana se abre y una voz en off pregunta, Alexa, va a llover hoy? La niña de siete años observa tras el gran ventanal los rayos de sol que acarician levemente el césped artificial del jardín. Hay un treinta y dos por ciento de probabilidad de lluvia para el día de hoy, responde Alexa. Hoy no se sale que va a llover, dice la voz en off.
/> Desde hace días unas luces rosas de neón proyectan en la pantalla mental el ‘The end’ de esta etapa.
/> Hace seis años y algunos meses que devoré la saga prehistórica de Los Hijos de la Tierra con un interés creciente. La relación entre los neardentales y cromañones fue capaz de sostenerme en un momento dramático de mi vida. La protagonista, Ayla, me mostró la valentía, el coraje, la fuerza y la naturaleza salvaje que reside en nuestro interior.
/> Cada día el reloj interno nos reúne a la puesta de sol. Cualquier espacio de este salvaje oeste sirve de escenario para despedir a lo solar. Nos embauca la sutil rotación de esta estrella aun siendo conocedores de que es la tierra que pisamos la que lo rodea.
/> Dejamos atrás el pueblo de las casas de colores y a todas las personas hacinadas en sus playas para dirigirnos hacia algo más salvaje y natural. Cuarenta y cinco minutos conduciendo entre campos de maíz y quince por un camino parcheado hasta llegar a lo solitario. Nos saludan las dos únicas personas que encontramos en el lugar, unos pescadores que se retiran a casa con sus trofeos atlánticos.
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