Cuatro mochilas y dos personas en una scooter, una motorela de diez minutos, un ferry con rayos de sol esperanzadores, una van de quince personas, un barco con literas compartidas, una room en casa de un marinero con un perro malhumorado, un bus de noventa minutos y otra van de quince personas y dos perros bajo un asiento.
Un mes de vivir viajando. Dos mochilas por persona con un ligero exceso de equipaje. Tres países del sudeste asiático. Ocho días en malasia. Dos para Singapur. Veintiuno de island hopping por las filipinas.
Mrs. Mila fue nuestro contacto en el puerto de Malatapay. Pagamos los tickets con sus tasas medio ambientales y sobre las tres de la tarde llegó la bangka. Era más pequeña de lo normal y el viento la zarandeaba con fuerza. Carles se tomó una biodramina nada más verla.
De camino a Changi, el aeropuerto enmoquetado donde no se respira una gota de estrés, reflexiono sobre lo vivido en Singapur.
Aún con coletazos del jet lag ese día despertamos temprano para hacer una de las visitas más anheladas en este país. Nos separaban pocos kilómetros de ella así que no dudamos en llamar a un grab que en diez minutos nos dejó junto a una gran reja anaranjada.
En estos dos últimos meses se desequilibró el mecanismo de prana-apana interno y mi cuerpo ha estado acumulando las impurezas dificultando el flujo energético.
Los miércoles y viernes tengo una cita online antes del amanecer. One year ago, desde que empecé a usar auriculares, cruzar las piernas, escuchar, y dejarme llevar por la experiencia.
Paseando una mañana me colé en una Charity Shop. Dos ladys de pelo corto canoso, una con gafas azules y ambas con mofletes colorados se afanaban por ir colocando prendas en los rieles de ropa repartidos por toda la tienda.
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