En mitad de una severa tempestad llegamos a Cape Reinga. Allí donde las almas maorís encuentran la puerta de entrada al otro mundo.
En la orilla del lago desplegué la mat por última vez en el outside australiano. Desayuné escuchando sueños con final de novela y alegremente nos despedimos del océano y de los majestuosos seres que lo habitan.
En un paseo por los acantilados nos encontramos a un australiano que tras trotar por medio mundo regresó a su granja.
El último cigarrillo lo fumé en Coín. La carne roja que siempre se me hizo chicle se quedó en Málaga y el atún, en Conil.
Amanezco con una sonrisa que se vino del último sueño que tuve.
Dos meses rodando por Australia. Nueve meses del segundo viaje sin billete de vuelta.
Sobrevive aún cierta incomodidad que revoluciona los espacios internos y externos. Así derramo el postre en el pantalón indio que la secadora ha recortado cinco centímetros de cada pierna.
Cruzamos la frontera con tremenda ilusión. Recorrimos dos mil cuatrocientos sesenta y siete kilómetros por carreteras asfaltadas en doce días. Escuchamos nueve podcasts y escribí cinco postales.
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