Al girar la esquina me encontré un saco blanco flotando en el espacio con un movimiento ondulante. Parpadeé un par de veces a fin de salir del ensoñamiento pero el saco seguía avanzando en mi dirección.
El rugir de la royal enfield despierta el sentimiento de libertad adormilado hace semanas.
En una misma tarde recibí dos cálidos, inesperados y profundos abrazos, el primero en un supermercado bajo la incrédula mirada de la cajera; el segundo, cinco minutos después en una carretera de gran afluencia de tráfico bajo el estruendo de los cláxones indios.
Hace cuatro años que las microstories acuñaron formato en India. Empezaron con el baño de una madre y una hija en las playas de Goa seguida por la niña de pelo corto y sonrisa infinita que amenizó nuestro primer viaje en tren.
Once días de rutina controvertida. Ocho prácticas completas. Una repentina menstruación. Sesenta pares de chanclas en los escaleras de acceso a la sala.
Hace trescientos sesenta y cinco días que nos montamos en un tren madrugador dirección al aeropuerto de Madrid con solo billete de ida y un evidente exceso de equipaje.
Hace cuatro años llegamos a Goa un veintinueve de diciembre para celebrar el veinte veinte.
Una barca pilotada por un capitán de diecisiete años y un grumete de cinco nos llevó al encuentro con las mantas rayas oceánicas.
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