Nada más llegar se aprecian las señales de ausencia del astro rey. Aunque en esta época se pueden encontrar a mitad de precio las cápsulas de vitamina D nosotros seguimos apostando por el boleto de avión y decidimos reforzar la energía con una dosis extra de Ashwagandha y una tableta de raw chocolat con sal del Himalaya. We are ready to go!
Volver a casa. A esa casa donde no hay paredes, puertas, ventanas, esquinas, pilares, muebles, ropa, platos, cajas, papeles, escaleras, ni maletas por deshacer.
Hace siete años desperté muy temprano en el albergue a unos veinte y pocos kilómetros de Santiago. La emoción me hizo caminar con brío a pesar de la lluvia constante. Tras un breve descanso en Monte de Gozo desplegué las alas para llegar a la plaza del Obradoiro.
Hace tres dias una docena de peregrinos cenaron arropados por el calor de la estufa. Después de la carrot cake y las castañas asadas compartimos juntos unos momentos de conexión íntima.
Antes de comenzar la limpieza diaria me siento en la hamaca del jardín salvaje, para recargar los depósitos de vitamina D. Allí agradezco, celebro, rememoro e imagino mientras deposito la mirada sobre las montañas que se alzan majestuosamente frente a mi.
Aunque su reserva entró a última hora pudieron cenar con nosotros. El largo viaje que emprendieron el día anterior no hizo mella en su estado de ánimo.
Hay una falta de vitamina D, dice la doctora con cara de no haber dormido en las últimas 24 horas. Eso pasa por vivir en el hemisferio norte, comenta mientras intenta teclear con sus uñas naïf de diez centímetros de largo la receta en el ordenador.
El canto de los pájaros al amanecer no consiguió que mis ojos alcanzaran la luz. Permanecí unos instantes más abrazada a la consciencia de estar en el ahora. Con la mat ya desplegada se coló vía móvil una reserva de nueve peregrinos franceses.
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